25 octubre 2009

Ocurrió un 18 de octubre, por Carlos Lara

Fotografía: Andrés Fresno

Lo que sentí el pasado día 18 es algo que difícilmente podré olvidar, ya que pasará a ese rinconcito de recuerdos que permanecen por siempre en la memoria de uno.


Pasaré a sintetizar, de alguna manera, los momentos que viví con mayor intensidad en la tarde de ese histórico y magnífico día 18 (ya que no pude asistir al Rosario matinal de Nuestra Señora).


Cuando llegué a la parroquia de San Andrés y pude ver a la Reina de la Paz entronizada sobre su majestuoso paso procesional, sentí algo raro dentro de mí, pero a la vez especial, algo similar a cuando sales por primera vez un Miércoles Santo.

Pero Ella estaba allí, radiante y bella como siempre, aguardando a que las puertas de la parroquia se abrieran y presentarse al pueblo cordobés que se agolpaba en torno a San Andrés.

Tuve la gran suerte de poder formar parte del cortejo, y además como acólito incensario, cerca de Ella.


Llega la hora de que el paso realice su primera levantá aún en el interior de la iglesia. Rafael Muñoz padre es el encargado de ejecutar dicha maniobra. Tras el golpe de llamador, los costaleros fueron al cielo con la Reina de Capuchinos, momento tras el cual se escuchan los primeros acordes de la marcha “Tras tu verde manto”. Nada más ver el paso levantado y aguantado sobre la cerviz de los 30 hermanos, sentí un cosquilleo dentro de mí; una sensación que parecía que lo que estaba viendo sólo era producto de mi imaginación. “¿De verdad que está pasando? Ella está allí, a escasos metros de mí…”, es lo que debía de pensar cuando lo noté.


El paso avanza y procede a la revirá para encarar el pasillo de la nave central y aproximarse a la puerta. A la vez, “Tras tu verde manto” continuaba sonando y acompasando el caminar del paso de la Reina. En ese momento, miré para atrás y vi Su divino rostro: parecía que nuestras miradas se enfrentaban, algo que, unido a la emoción evidente de muchos de mis hermanos, hizo que también me emocionara, aunque sin soltar ninguna lágrima. Solo pude respirar hondo y decir a mis adentros: “Esto es demasiado…”


El momento llegó y la Reina salió; esplendorosa, radiante, hermosa… Entre la incensante bulla que se agolpaba en torno al paso, avanzaba Nuestra Madre a lo largo de las calles Hermanos López Dieguez y Enrique Redel, la plaza de Santa Marina y, por último, a Su barrio.

La calle Conde de Torres Cabrera, engalanada con las flores de papel que hicimos, se presentaba repleta y bulliciosa. La Señora avanzaba entre un clamor de devoción y algarabía y bajo una incesante y abundante petalada; pétalos de colores alegres y bonitos, pero jamás más bonitos que esa carita que allá en el 39 hiciera Juan Martínez Cerrillo, y que en ese día cumplía 70 años junto a los suyos.



En definitivas cuentas, un día que estará a buen recaudo en mi memoria, porque fueron muchos los sentimientos vividos y los momentos emotivos.

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