08 abril 2010

Un Miércoles Santo particular, por Carlos Lara

Fotografía: Antonio Luna

Un año más...
Mañana resplandeciente de Miércoles Santo presidida por el astro sol en todo su esplendor, algo que haría presagiar lo que unas horas más tarde ocurriría. Los ángeles del cielo no quisieron perderse su tradicional cita cada Miércoles Santo y todos y cada uno de ellos se asomaron en un rinconcito para apreciar el rostro divino, Humilde y Paciente de Nuestro Señor y la angelical mirada de Santa María de la Paz y Esperanza, esa mirada que ampara al desamparado, ayuda al necesitado, da fuerzas al débil, esa mirada que embelesa a todo aquel que la mira...

Todo lo tenía preparado en mi habitación: la túnica, la capa y mi cubrerrostro. Un cosquilleo corría en mis adentros cuando me aproximaba a la Plaza de Capuchinos. Un año más volvía a dar muestra de mi fe junto a mis Hermanos y, como no, junto a Nuestra Madre y al Divino Redentor de la Humildad y Paciencia.
Más o menos tenía asimilado todo lo que podía sentir pero cada año alguna nueva emoción aflora, aunque lleve uno saliendo 30 años. Esa emoción de este año se hizo notar en un momento y lugar exactos: la calle Hermanos López Diéguez. Un parón provocado por el transitar de los pasos de la Hermandad del Calvario, la cual se dirigía hacia la Carrera Oficial, hizo que el sector 1 (donde se encuentra el banderín de juventud) mirara hacia atrás, percibiendo algo que llamaba la atención por su apariencia dorada y por su elegancia... Sí, se trataba de Él: de Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Paciencia. ¡Bendito parón!, pensamos todos los que estabamos en el primer tramo admirando aquella magnífica estampa pero a la vez tan rara e inusual, ya que la afluencia de hermanos nazarenos no nos permitía poder ver a Nuestros Titulares nada más que instantes previos a la Estación de Penitencia y en la entrada en Capuchinos.

En resumen, una Estación de Penitencia recordada y esplendorosa como cada año y que dejó una sonrisa en el rostro de tanta y tanta gente que vieron al Señor y a la Virgen. Una de esas sonrisas voló surcando el cielo hacia una persona que seguro que, orgulloso, apreciaba el transitar de los Reyes de la capuchina plaza del Cristo de los Faroles: don Juan Martínez Cerrillo.

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