04 mayo 2009

Miércoles Santo, por Juan Manuel García


Fotografía: Juan Miguel Lubián

...un año largo, muy largo, más bien eterno... pero llegó como llega siempre ese miércoles de luz, de color, de pasión...
Llevábamos mucho tiempo soñando con ese momento, ese bendito instante en el que las puertas de la nave anexa al convento de los Capuchinos dieran paso a la eterna comitiva de nazarenos blancos, y llegó, y lo hizo radiante, resplandeciente.
Al despuntar la mañana, todo eran nervios y ,como cada Miércoles Santo, hacía esa visita al balcón para mirar el cielo, y por suerte no hube de volver a asomarme, se volvía a repetir, un Miércoles Santo como los de antaño, como aquellos en los que no mirábamos al cielo y que, lamentablemente, teníamos casi en el olvido después de 5 años de inestabilidad meteorológica.
Poco a poco, el tiempo fue pasando y emocionados llegábamos a la plaza para estar presentes en nuestra Misa de Hermandad, las palabras del Hermano Mayor hacían presagiar lo que vendría a la tarde y así fue. Casi sin notarlo el tiempo había pasado y era momento de vestir mi hábito de nazareno, ese momento único que solo conoce aquel que tiene la dicha de ser nazareno...
Los jóvenes, como siempre juntos, llegábamos al cocherón y poco a poco nos dispersábamos a nuestros puestos deseándonos suerte...
Y llegó el momento: tres golpes del diputado de horas sobre la puerta y Nuestra Cofradía estaba en la calle. Los que aún estábamos en el convento disfrutábamos viendo como nuestro nuevo banderín de juventud se habría paso entre la multitud.
Casi sin darnos cuenta, la delantera del misterio estaba asomando por la plaza. Alboroto, lágrimas, devoción en Capuchinos para el Señor que humildemente es despojado de sus vestidos. Se iba, y sabiendo que no volvería a verlo hasta dentro de un año, me entraba el dolor por la cintura.

Una voz, fuerte y serena decía:" el último tramo del palio" y abandonábamos el convento para salir a la calle... ¡qué emoción! ¡Qué escalofrío me recorió el cuerpo mientras mis pies rozaban las piedras de la plazuela!, sin solución de continuidad al doblar la esquina se oía la marcha real... La Reina del Cielo estaba en la tierra, en la tierra para regalarnos su Paz, las lágrimas llenaban mis ojos, eran tantas cosas en mi memoria que no sabía si reirme o llorar, pero ante su mirada solo quedaba soñar; poquito a poco, fue repartiendo Esperanza por el pueblo que en multitud la aclamaba, despertaba los aplausos por donde fuera que pasara y llegamos a su barrio, a su parque, con sus palomas de nácar, todo un año, más bien dos, esperando a su Madre y su Madre llegó.
No era posible, ¿otra vez en Capuchinos? ¡Pero si aún no hace ni una hora que salimos! Y de nuevo con lágrimas en las retinas, la Paloma de Capuchinos me sonreía, como queriendo decirme que todo estaba cumplido y su carita cansada entre piedras del camino llegó pasito a pasito y la Reina de la Paz, que es mucha Reina Ella sola, se adentraba ya en su casa.
Dentro, sin cubrerostro entre mi gente, entre mis hermanos, entre esa gran familia que es la Hermandad de la Paz, la Señora volvía a casa y ahora sí que todo eran lágrimas, nos faltaban gargantas pa' poder gritarle guapa y la blancura de plata de la Reina de la Plaza se arrió hasta el año que viene y así volví a casa con la única esperanza de que su Paz se paseara eternamente por la ciudad...

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