Como reluce tu cara excelsa Paloma Blanca, princesita capuchina y azucena franciscana, y es que poco a poco han pasado los días contemplándote en el altar del convento donde te criaste, casi sin darnos cuenta; hasta los capuchinos, Madre, han estado de fiesta, pero lo bueno pronto pasa y ya todo ha pasado. Pasó ese bendito día de
Paloma Blanca nos has dejado en los labios la dulce miel de tu llanto y no es transido el quebranto si esta tu rostro presente, por eso, Señora, bella Madre del Redentor, serena Esperanza nuestra, ante tus plantas se ha postrado toda nuestra ciudad y entre los cantos de los niños de tu hermandad y sobretodo con el gozo de sentirnos un poco más cerca a esa tu ansiada advocación tu hermandad y Córdoba entera se ha saciado con la luz de tu rostro.
Gracias, ¡OH! caricia del que sufre y amparo del pecador, ¡OH! Sancta Virgum Virginium, gracias por esa Paz que has dejado en nuestras almas, Reina de Capuchinos.
Juan Manuel García Algar.