Del evangelio de San Lucas (27, 57-60)
Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó.
Fotografía:J.Miguel Lubián
Meditación
Al final de la tragedia
hay este remate de ternura y dramatismo:
Jesús es sepultado
para que su cadáver
no quedara expuesto y entregado a la noche.
Jesús es desclavado
y descendido de la cruz.
La sábana conoce el último contacto
de la piel, ya sosegada, maltratada de Jesús.
El cuerpo de Cristo estrena sepulcro.
Todo se hace silencio.
El silencio de Dios.
Y por entre las grietas
de la piedra rodada sobre el sepulcro
sale el aroma del cuerpo ungido de Cristo,
el aroma de la inminente resurrección.
Al final de la tragedia
hay este remate de ternura y dramatismo:
Jesús es sepultado
para que su cadáver
no quedara expuesto y entregado a la noche.
Jesús es desclavado
y descendido de la cruz.
La sábana conoce el último contacto
de la piel, ya sosegada, maltratada de Jesús.
El cuerpo de Cristo estrena sepulcro.
Todo se hace silencio.
El silencio de Dios.
Y por entre las grietas
de la piedra rodada sobre el sepulcro
sale el aroma del cuerpo ungido de Cristo,
el aroma de la inminente resurrección.